Venezuela:
Los pueblos de agua de Catatumbo entre crisis social y derrames petroleros
Los pueblos del Congo Mirador y Ologá en Venezuela, donde ocurre el fenómeno extraordinario del Relámpago del Catatumbo, se sienten arruinados por la crisis económica, los derrames del petróleo, la migración y la sedimentación.
Sus comunidades dicen que han sido olvidadas por las autoridades y exigen ayudas del Estado e indemnizaciones.
La extraordinaria explosión del cielo
Las noches en Catatumbo son únicas.
En ese territorio al sur del Lago de Maracaibo, en el extremo occidental de Venezuela, las tormentas suelen ocurrir durante el ocaso, las madrugadas o antes de las primeras luces del día, lo que permite ver cómo el cielo se enciende surcado por una infinidad de rayos que se bifurcan en todas las direcciones. Ese fenómeno donde se concentran un promedio de 250 rayos por kilómetro cuadrado es conocido como el Relámpago del Catatumbo y es único en el mundo. Hace 10 años que fue reconocido con el Récord Guiness.
“Me da tristeza con estos pueblos, ya para acá no viene nadie”
Esa exhibición natural se manifiesta por 9 horas continuas 300 noches por año sobre dos pueblos del sur del Lago: Ologá y Congo Mirador, que son testigos de un promedio de 1,6 millones de relámpagos cada año.
Entre palafitos, austeridad y centellas, las costas de estos poblados se han empañado por frecuentes derrames petroleros, reclaman sus habitantes, que son cada vez menos.
“Las redes se nos llenan de petróleo, se hace difícil para el pescador”
Un lago rico en crudo y derrames
El Relámpago del Catatumbo es ícono natural del Lago de Maracaibo, que, con sus 13.000 kilómetros cuadrados de extensión, es considerado el cuerpo de agua más grande de Venezuela y uno de los más extensos del continente americano.
En uno de los poblados de la costa oriental del Lago de Maracaibo, Cabimas, en diciembre de 1922 el pozo Barroso II emanó un chorro de crudo a 60 metros de altura durante casi 10 días, luego de varios años de exploraciones de empresas extranjeras. Aquel estallido de líquido negro gritó al mundo que Venezuela era un país de millonario potencial petrolero, según historiadores y economistas locales.
La cuenca del lago marabino aportó durante décadas la mayor parte de la producción nacional de crudo hasta inicios del siglo XXI, cuando el Estado, bajo el mandato del expresidente Hugo Chávez, decidió priorizar las operaciones en la Faja del Orinoco.
La actividad petrolera en el Lago de Maracaibo conllevó a la instalación de pozos y gabarras en sus aguas, así como de miles de kilómetros de tuberías submarinas para trasladar el crudo a refinerías y centros de almacenamientos construidos en las costas.
Paulatinamente, especialistas de la Universidad del Zulia, ambientalistas, pescadores y comunidades aledañas comenzaron a denunciar en los años 80 derrames en el lago por las rupturas de esas tuberías y el descuido de algunas de las instalaciones petroleras.
Esas advertencias derivaron en un plan institucional de limpieza de los derrames petroleros e indemnización de los perjudicados -con dinero, redes de pescar, motores de lanchas.
Esas contaminaciones, sin embargo, empeoraron en la última década en un contexto de expropiaciones de compañías privadas de servicio; despidos y éxodo de mano de obra calificada en la empresa estatal PDVSA; falta de mantenimiento; disminución de la producción; corrupción y sanciones económicas extranjeras, según expertos petroleros, académicos, sindicalistas y ambientalistas.
El Observatorio para la Tierra de la NASA advirtió en 2021 que el Lago de Maracaibo “se está asfixiando” entre derrames de crudo y algas, publicando imágenes satelitales donde se ven vastos remolinos verdinegros de esos tipos de contaminación. Según reportes, entre 40.000 y 50.000 filtraciones y derrames de crudo ocurrieron entre 2010 y 2016 en toda Venezuela, incluyendo al Lago de Maracaibo.
Organizaciones defensoras del medio ambiente reportaron 22 grandes derrames en el Lago de Maracaibo en 2022, mientras pescadores y comunidades costeñas se han declarado gravemente afectados en su economía y salud por la presencia de petróleo por doquier.
En junio de 2023, la ONG Azul Ambientalista reportó la existencia de 32 derrames petroleros “a lo largo y ancho” del Lago de Maracaibo. Otras asociaciones también advirtieron sobre la prevalencia en sus aguas del “verdín”, un tipo de alga.
En agosto, el gobierno nacional instaló en Maracaibo seis mesas técnicas, científicas y políticas para el rescate, conservación y desarrollo sostenible del lago, tras el incremento de reportes sobre los derrames de crudo y la presencia masiva del “verdín”.
Sin aportar detalles sobre los derrames, el ejecutivo venezolano anunció que recuperará 27 plantas de tratamiento de agua, que promoverá leyes y lanzará una campaña educativa para crear conciencia sobre la limpieza del estuario.
Mientras, la vasta presencia de crudo ya se evidencia en bahías del sur del lago, como las de Ologá y Congo Mirador, en Catatumbo, como no ocurría hace años.
Sus residentes aseguran que PDVSA ya no los indemniza como antes.
El desplome petrolero
Venezuela producía más de 3 millones de barriles de petróleo a inicios del siglo XXI, en los primeros años de gobierno del entonces presidente Hugo Chávez Frías.
Esa industria, que aportaba cerca de 95 % del producto interno bruto nacional, entró en crisis entre los años 2003 y 2008, con un paro de gerentes y trabajadores contra las políticas del poder ejecutivo, el despido de miles de empleados de PDVSA y la ocupación militarizada de empresas tercerizadas, decomiso y estatización de activos.
La producción petrolera disminuyó a 2,5 millones de barriles de crudo por día en 2008, bajó a 2 millones en 2017 y tocó fondo en medio millón de barriles en 2020, en medio de sanciones estadounidenses y la corrupción, admitida en marzo de 2023 por el gobierno del presidente Nicolás Maduro.
Estados Unidos alivió limitada y temporalmente algunas de las sanciones económicas como parte de la firma de acuerdos políticos y electorales entre el oficialismo y la oposición. Esa decisión incluyó una licencia general y prorrogable para permitir transacciones por operaciones petroleras y de gas en Venezuela por los siguientes seis meses.
El mandatario venezolano ha reiterado que Venezuela está “lista” para abastecer de gas y petróleo al mercado energético mundial y ha insistido en la urgencia de levantar todas las sanciones económicas extranjeras contra su administración.
“Venezuela sufrió un empobrecimiento sin precedentes en la historia del hemisferio occidental“
Antes de esos avances en las negociaciones políticas y económicas de octubre con la oposición y Estados Unidos, Maduro atribuyó la crisis económica interna a esas sanciones, que llama “medidas coercitivas unilaterales”, y denunció durante 4 años el “secuestro” de activos, como la filial petrolera Citgo y el oro depositado en bancos ingleses.
Habiéndose estabilizado en 2022 en una cuota promedio superior a 700.000 barriles, la caída de la actividad petrolera venezolana ha transcurrido en medio de una crisis social sin precedentes en América: por primera vez una nación americana experimentó ocho años consecutivos (2013-2021) de caída de su actividad económica.
“Sin haber tenido una guerra, nosotros hemos experimentado una destrucción masiva de nuestra economía”, valora el exdirectivo de PDVSA José Toro Hardy.
La crisis en PDVSA, pulmón del presupuesto de la nación durante décadas, tuvo un impacto social negativo que el experto petrolero califica como “masivo” y que oenegés locales y foráneas llaman una “emergencia humanitaria compleja”.
Contaminación y soledad
Pueblos de agua como Congo Mirador y Ologá no son inmunes a la crisis nacional, a pesar de ubicarse en zonas recónditas y de complejo acceso.
La sedimentación también ha transfigurado en años recientes al Congo Mirador de un poblado de aguas profundas a un sitio solitario, empobrecido, enmontado y lleno de barro donde antes había canales para embarcaciones de múltiples calados.
El turismo y la pesca, sus principales motores económicos, se han visto afectados por la austeridad general del país, por una parte, y la contaminación petrolera por otra.
“El petróleo daña el pescado y a las personas”, denuncian sus habitantes, quejándose de que PDVSA ya no los indemniza de ninguna manera por los derrames de crudo.
Aún meses después de finalizada la pandemia por COVID-19, un solo hombre está dispuesto a llevar turistas en su bote desde Puerto Concha, en el sur del Lago de Maracaibo, hasta Ologá y el Congo Mirador para ver el Relámpago del Catatumbo.
“Si yo no vengo, aquí no hubiese turismo”, afirma Cheo Morales, quien tiene 30 años de experiencia en los servicios de transporte y hospedaje de turistas en esos poblados de Catatumbo.
Pueblos abandonados
Venezuela es el país con mayor éxodo de su población, sin estar en guerra.
Al menos 7,7 millones de venezolanos, un tercio de la población, han emigrado en los últimos años, según los registros de R4V, la plataforma de coordinación de Naciones Unidas para asistencia a migrantes y refugiados.
Ni Congo Mirador ni Ologá están exentos de la diáspora.
Los productores del documental “Érase una vez en Venezuela, Congo Mirador” indicaron que en 2013 había 1.000 personas en ese pueblo. En 2021 solo quedaban cinco.
La mayoría se ha mudado para escapar de la crisis, explican los pocos que se quedan, tratando de vivir del turismo y la pesca entre derrames y penurias.
“La gente tuvo que emigrar. Vamos a desaparecer”, advierte Morales.
“Vamos a desaparecer. No hemos desaparecido porque uno no ha abandonado, o sea, aguantando la pela”
Según el promotor turístico, no se han extinguido como pueblos porque su gente, aunque poca, no los termina de abandonar a pesar de “la pela” y las “ronchas” de la crisis.
A los pies de los relámpagos de Catatumbo no hay médicos ni profesores. Son comunes las edificaciones abandonadas, incluyendo escuelas y una iglesia.
A Morales se le atragantan las palabras por un llanto que trata de ahogar, en vano. Sus ojos se copan de lágrimas mientras critica a las autoridades por dejar perder lo “bonito” que caracterizaba a esos pueblos que viven a los pies de los relámpagos.
Aprieta su puño. “Da tristeza, da impotencia”, dice.