Los sueños que cruzan el Darién

Tras los pasos de migrantes en la selva

Cientos de miles de migrantes se embarcaron en el último año en la peligrosa travesía de cruzar la selva del Darién. Algunos narraron las vivencias en su camino al norte del continente, que incluyen enfermedades, robos y abusos.

Salir con vida de la selva

Sentado a orillas de un río en Lajas Blancas, Panamá, al migrante venezolano Jonathan Ruiz le cuesta hablar. Con la cara inflamada, un ojo color violeta y muestras de rasguños, dice que está adolorido.

“Me secuestraron y me torturaron para robarme”, dijo a la Voz de América momentos antes de ser llevado hasta una carretilla como las que se utilizan para jardinería y transportado para recibir atención médica de la Cruz Roja.

Ruiz narra que fue víctima de la delincuencia armada en las montañas de la selva del Darién. Por esta inhóspita jungla, que se extiende unos 17.000 kilómetros cuadrados entre Colombia y Panamá, pasaron en 2023 más de 500.000 migrantes con la meta de llegar a Estados Unidos. Muchos fueron víctimas de abusos de distintos tipos, robos o padecieron enfermedades.

La migración es un negocio rentable para grupos criminales como el Clan del Golfo o Los Gaitanistas, comunidades en Colombia y grupos indígenas panameños, según Human Rights Watch. La organización que vela por los derechos humanos indica que la emigración por el Darién deja decenas de millones de dólares.

En Colombia, el cártel Clan del Golfo obtiene unos 125 dólares por cada persona que cruza el Darién. Este grupo criminal tiene amplia presencia en zonas de tráfico de migrantes como el Urabá antioqueño, donde controlan cerca de cada aspecto de la economía en las poblaciones de tránsito de migrantes, donde vigilan el comercio y la movilización de personas.

Del lado panameño, “el crimen organizado es mucho menor” pero los “riesgos de violencia física son mayores”, según la organización Crisis Group, un centro de pensamiento que investiga crisis globales. Allí, bandas conformadas por jóvenes “hostigan y atacan” a los migrantes, y se les responsabiliza por numerosos casos de asesinatos y violaciones, según entrevistas realizadas por la organización en Panamá.

La venezolana Suleidi Vargas y sus hijos pequeños comenzaron el camino por el Darién con un grupo de migrantes que se organizó desde el lado de Colombia. En medio del trayecto les robaron, contó. Todos en el grupo fueron amenazados con armas y obligados a entregar el dinero en efectivo que llevaban.

“Un señor cargaba 1.000 dólares y no quiso que lo robaran. Salió corriendo y se metió los 1.000 dólares a la boca, y (los asaltantes) comenzaron a dispararle”, narró. A Vargas la despojaron de su teléfono y 300 dólares que “era lo último que nos quedaba” y en el proceso, la tocaron “en las partes íntimas”. Este testimonio no pudo ser verificado de forma independiente por la VOA.

En el último año, Médicos Sin Fronteras en Panamá estima que han atendido a 397 sobrevivientes de violencia sexual que lograron cruzar al país a través del Darién.

“La violencia sexual en el Darién es cada vez más cruel y deshumanizante”, expuso la organización en un informe publicado en noviembre y que define estas violencias desde tocamientos hasta violaciones. “Ocurre frente a los demás migrantes o en carpas instaladas para ese fin en la mitad de la selva”, apuntaron.

Además, dice la organización, los pacientes que atienden sus equipos expresan que hombres armados “están secuestrando a grupos de migrantes y robando su dinero, diciéndoles que es el costo del paso por el Tapón del Darién”.

“La violencia sexual en el Darién es cada vez más cruel y deshumanizante”.
Médicos Sin Fronteras

Una ruta creada por migrantes

Para cruzar el Darién no existen carreteras, puentes o vías. Las ya recorridas rutas en mayor parte comienzan en Capurganá o Acandí, en Colombia, desde donde empieza la caminata que puede durar hasta seis días.

La primera parada es un punto conocido como Come Gallina, en Panamá, donde toman la primera embarcación hasta la comunidad de Bajo Chiquito. Allí, suben a una curiara -un tipo de embarcación indígena de vela y remo, más larga que una canoa- para ir por el río hasta el pueblo de Lajas Blancas. El recorrido toma aproximadamente cuatro horas y cuesta 20 dólares por persona.

En Lajas Blancas, los migrantes llegan a un centro de procesamiento manejado por el gobierno panameño, donde son examinados por autoridades y posteriormente subidos en autobuses que los llevan al otro extremo de Panamá, en la frontera con Costa Rica.

Esto hace parte de un acuerdo entre los gobiernos de Costa Rica y Panamá, que en octubre elaboraron un plan para trasladar a los migrantes desde su frontera sur a la del norte. Cada migrante debe pagar 60 dólares por el transporte en bus, y 30 más en Costa Rica para ser llevado hasta la frontera con Nicaragua.

Tan solo el primero de noviembre de 2023, autoridades panameñas estimaron que se enviaron 1.744 migrantes a Costa Rica. Una vez allí, los grupos de migrantes continúan su camino hasta el norte de México.

Del medio millón de personas que cruzó el Darién en el último año, más de 300.000 son venezolanos, según autoridades panameñas. Las otras nacionalidades con más presencia en estos cruces son haitianos, ecuatorianos y colombianos, apuntan las autoridades.

Durante el año fiscal 2023, las autoridades fronterizas de EEUU tuvieron más de 2,4 millones de encuentros con migrantes en la frontera suroeste del país. De estos, unos 266.071 fueron venezolanos. Tan solo en septiembre, la cantidad de personas que intentaron ingresar de manera irregular sin presentarse ante las autoridades fue de 218.763, la más alta en un mes en los últimos años.

La travesía

con niños

El terreno al que se enfrentan los migrantes en el Darién tiene un alto costo en la salud física. Elena Gómez, enfermera en Bajo Chiquito, dijo a la VOA que cada día llegan a esa población de 2.000 a 3.000 migrantes, de los cuales atienden a cerca de la mitad en el consultorio médico público donde trabaja.

La mayoría de los pacientes busca atención médica por “las condiciones de los pies, las lesiones cutáneas”, explicó, además de “la deshidratación y problemas gastrointestinales”, incluyendo vómitos, diarreas y síntomas de gripe.

César Peña y Yoandra Pérez, una pareja venezolana, terminaron el recorrido por la selva del Darién con sus tres hijos, entre estos una bebé, en tres días.

Peña dijo que decidió tomar el riesgoso camino con su familia porque en Venezuela sus hijos “no tenían futuro”. Apenas unos pasos después de haber salido de la selva, el hombre rompió a llorar. “No sabíamos que iba a ser así”, dijo Peña a la VOA. “Pensábamos que íbamos a caminar pero qué va, es duro, por los niños”.

Peña dijo que tenía “esperanza de que vamos a tener una mejor vida”.

Pérez, por su parte, dijo que los niños no habían comido y estaban deshidratados.

“Venía asustada”, contó. “Si yo hago esto, es por el bienestar de ellos [sus hijos], por el estudio de ellos. Tal vez nosotros no nos supimos preparar. Teníamos que prepararnos mejor, con más comida, y eso es difícil por los niños”, agregó.

La historia sobre la experiencia es similar entre los migrantes. Con su pequeño hijo en brazos y mientras esperaba a ser procesada en Lajas Blancas, Franchelis Cruz, de Venezuela, aseguró que durante el trayecto por la selva fue testigo de la muerte de una persona que “venía con una enfermedad”.

“Lo enterraron ahí, los amigos que lo traían cargado”, contó.

Alexabeth Plaza, quien también viajó con su pequeño hijo, dijo que el cruce con un bebé desde Venezuela “es una situación bien compleja” porque en la travesía  “la naturaleza es muy salvaje y las condiciones muy hostiles”.

La región de América Latina y el Caribe alberga una de las mayores y más complejas crisis de la niñez migrante del mundo, señala un informe del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF). En América Latina, los niños son el 25 por ciento de las personas en movimiento. UNICEF estima que alrededor del 42 por ciento de los migrantes venezolanos son niños y adolescentes.

“Que no venga nadie”

Algunos migrantes que cruzan por el Darién buscan alertar a otros sobre los riesgos que se viven en la selva y que abandonen la idea.

“Que no venga nadie. Ni un venezolano más para acá. Es una locura, que aguanten allá días sin luz, sin agua, lo que venga, pero que no salgan”, dijo Francisco Guerra, un venezolano que recién había terminado de pasar por la selva y se encontraba en Bajo Chiquito. 

Sin embargo, el venezolano Luis Sandoval asegura que muchos como él no tienen otra vía para salir de su situación. “Nos toca cruzar la selva y arriesgarnos para que nosotros, nuestra familia, pueda tener algo mejor”, apuntó.

En el último año, gobiernos de la región han acordado abordar la migración a través del Darién con movilización de más funcionarios a la zona, realizar campañas de prevención con advertencias sobre los peligros, y penalizar a quienes ingresen irregularmente a los países con prohibiciones en el acceso al asilo.


Por ejemplo, Panamá, Colombia y EEUU acordaron en abril lanzar un plan para reducir la pobreza y crear empleos en las comunidades fronterizas del norte de Colombia y el sur de Panamá.

En el caso de EEUU, el gobierno ha creado algunas vías para emigrar legalmente, como el parole humanitario para venezolanos, nicaragüenses, cubanos y haitianos, la reunificación familiar para colombianos, y la creación de centros de procesamiento para inmigrantes en diferentes países de la región, para reducir la cantidad de personas que transitan por Centroamérica a pie.

Sin embargo, recientemente la Oficina del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos hizo un llamado a los estados latinoamericanos a “abordar los factores estructurales que obligan a las personas a abandonar sus hogares”, como la falta de empleo y la inseguridad alimentaria, para evitar que emprendan los peligrosos viajes.

Además, la ONU pidió aumentar la respuesta humanitaria a lo largo del trayecto como brindar refugio, alimentos, atención médica y agua y saneamiento a los viajeros, que al momento únicamente se ofrecen en dos centros de recepción de migrantes en la provincia del Darién y uno en la frontera con Costa Rica.

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Dirección, guión y edición: Rafael Hernández

Producción de campo: Oscar Sulbarán y Jorge Calle

Producción digital: Gesell Tobías

Texto digital: Salomé Ramírez Vargas

Edición: Rosa Tania Valdés y Abel Fernández

Coordinación y redes sociales: Lizandra Díaz

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